En este último tiempo, Argentina ha sucumbido a un mar repleto de temáticas absurdas que atraviesan el actual debate político: La foto de Fabiola, el “garche” peronista, el acomodo indisimulado del diputado en pleno acto, la exaltación de una docente hacia un alumno, las intervenciones del ex presidente cual si hubiera llegado de Saturno, los spots de Randazzo, la Santileta que no pasó de Lanús y otros tantos titulares que ofrece Twitter para mantenernos en una meseta de opinión que no asciende nunca.
Todo esto no sería alarmante si no fuera porque estamos transitando los últimos días de una campaña electoral que, quizá no haya antecedentes, llega con un alto grado de incertidumbre, porque lo cierto es que nadie tiene certezas respecto de que los escándalos promovidos por los medios de comunicación semana a semana tengan relación directamente proporcional con el resultado de las urnas; esto es preguntarse ¿Cuánta incidencia puede tener la foto de Fabiola (inserte aquí cualquier otra barrabasada de agenda twittera) para cambiar el resultado de la elección? Ni las propias encuestadoras, cuyo mecanismo va quedando cada vez mas obsoleto, pueden dar en la tecla, inclusive teniendo en cuenta que la posta es en noviembre.
Aquí cabe entonces preguntarse ¿Qué se debate en la escena pública argentina?, ¿qué es lo que realmente interesa? o, mejor dicho, ¿qué es lo que puede incidir en una elección como la que se viene?
En este país es muy difícil encontrar el eje real. Se trata de una típica provocación orquestada, dirigida por los medios hegemónicos, y que aprovecha la anomia de un gobierno que sigue metiendo la pata por la ausencia y desorientación comunicacional. De más está reconocer que el triunfo más grande de la oposición es haber logrado imponer una agenda por sobre temáticas que puedan ser más importantes en estos momentos.
Vamos a un ejemplo que, seguramente, conocen todos y todas:
Esta semana, uno de los escándalos mediáticos, más escandaloso y mediático que un balazo a un diputado en Corrientes durante un acto, fue una frase de la precandidata a Diputada Nacional por la Provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, que en una entrevista donde habló de política, economía, juventud y propuestas, deslizó un comentario al pasar que provocó una catarata de titulares cual nado sincronizado entre los principales medios opositores. El comentario fue: “en el peronismo siempre se garchó”.
Ese recorte, de una nota que duró más de 40 minutos, fue tomado, por ejemplo, por opositores como María Eugenia Vidal que apuntó contra Tolosa Paz y la acusó de «subestimar» a los jóvenes. «¿De verdad creen que los jóvenes los van a votar por eso?, dejemos que ellos se ocupen de su sexualidad, nosotros tenemos que encargarnos de que tengan trabajo digno y educación de calidad», dijo la ex orgullosamente bonaerense. Lo cual resulta curioso porque trabajo digno y educación fueron (casi) las principales carencias de una gestión como gobernadora que pareciera haber olvidado completamente.
También fue tomado por “propios” (y que las comillas, se tomen, por favor) como Sergio Berni que dijo «No sé por qué Tolosa Paz dice lo que dice. Yo soy peronista y para nosotros el engrandecimiento de la Patria pasa por el trabajo, la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Si no hay equidad social, por más garche que haya, el pueblo es infeliz».
Puedo asegurar con absoluto convencimiento que ni Vidal ni Berni vieron la entrevista completa a Tolosa Paz, porque de todos esos temas que exigen, Victoria habló. Y es este el punto de inflexión sobre el (o los) eje real que debiéramos discutir a tan poco tiempo de las elecciones y, sobre todo, atravesando una compleja situación económica y social. Dicho por el sociólogo Luis Alberto Quevedo: “Hay grandes dificultades para tener una agenda común y también hay grandes operaciones para instalar una agenda con el fin de que no se hable de otras cosas”.
Todo parece caer en la misma lógica: impactar para generar el interminable retintín que se produce a lo largo y ancho de toda la grieta: El garche peronista, el avance del acuerdo con el FMI, la banalización del Holocausto y la opinión de Julián Serrano que googlea comunismo en plena entrevista, se “analiza” con los mismos recursos. Aquellos temas que puedan, verdaderamente, preocupar al pueblo argentino quedan a la periferia de un escenario especialmente armado para mantener esa estructura; la discusión necesaria sobre la gestión, los modelos económicos, las acciones culturales y las políticas sociales entre los candidatos fue absorbido por la dañina y abusiva práctica de la “polémica”, a la que se montan la oposición, en las entrevistas cómplices de los periodistas amigos y, a veces, el gobierno, como en la enganchada a la polémica por una docente desencajada en su respuesta a un alumno.
Esa situación es perjudicial por dos razones: Bocatto di cardinale para los medios. Y el típico “¿No tiene cosas más importantes que hacer el gobierno?”. Y si, las tiene. Y no solo las tiene, sino que, además logró cosas más importantes que el poder económico y mediático intenta manchar repetidamente con dichas prácticas, como la llegada ininterrumpida de vacunas, su producción local, la posibilidad de administrar la crisis sin convulsiones sociales que en otros lados se consiguen de a montones, la adecuación y el reequipamiento del sistema de salud (¿hace falta, queridx lectorx, mencionar que venimos de tener una Secretaría de Salud?), y sobre todas las cosas, la conservación de la unidad política, algo de lo que la oposición no puede jactarse. Por otro lado, está la inflación, la pobreza, las reactivaciones parciales de la economía que aun no impacta en el bolsillo del trabajador y la trabajadora y que aportan a un malestar general.
Pero eso es lo que menos se discute. Se nombra, se chicanea, se grita, se escupe, pero no se debate, no se profundiza. Hoy discutimos mucho más sobre frases de Milei o traspiés del gobierno, si falopa en Palermo o en La Matanza, el garche, la docente, el alumno, Ginés, si se robaron las vacunas, la república en peligro, y todos esos mismos cuentos que ya no requieren del más mínimo esfuerzo de argumento, por si aun alcanza para cambiar el resultado de las urnas.
Detrás de toda esa fachada hay un escenario de negociaciones con el Fondo Monetario Internacional que camina con solidez; hubo un disparo a un diputado de Corrientes en pleno acto; están tratando de birlarle el diario La Nación a Esmeralda Mitre y está denunciándolo por donde le dan un micrófono; sigue el desmonte en Chaco, arrasando sobre tierras de familias campesinas; Milagro Sala lleva presa 2059 días; en la Ciudad de Buenos Aires están utilizando datos personales con mensajes que comenzaron a aparecer desde el mismo número al que llegaban los turnos de la vacunación, haciendo campaña para María Eugenia Vidal; y todo así, la agenda mediática elige llevar la formación de la opinión pública por otros lares.
Entonces, volviendo al principio de la cuestión, ¿Quién decide el eje de discusión en la agenda pública argentina?, la respuesta debe ser: nosotros. No lo es, pero debe serlo. En este país informarse es un ejercicio complejo que lleva tiempo, dedicación y, sobre todo, desconfianza. Debemos ser capaces de construir una resistencia a ese ejercicio superficial y convulsivo para abordar la realidad que nos ofrecen a diario medios y políticxs. Si me muestran un recorte, ir a la nota completa. Si me dicen que es de una manera, indagar en el por qué.
Si dice qué pretende hacer, chequear lo que ya hizo. Conocer a lxs candidatxs, exigir un debate profundo, porque estamos en uno de esos momentos en los que se avecina un gran peligro, y si no miramos con atención habremos tropezado de nuevo con una piedra que, si tiene una segunda oportunidad, puede hacernos un daño, esta vez, irreparable.
Nota de opinión / por Valentin Maraga