Opinión: Crónica de un triunfo anunciado

Eran las 14:55 del domingo 18 de diciembre, cuando Gonzalo Montiel cruzo el derechazo que fue a dar contra el palo derecho que defendía Hugo Lloris, arquero y capitán de Francia.

A partir de ese instante, supimos lo que sabíamos hace mucho: Que íbamos a ser campeones del mundo. Esto que era un secreto a voces, una sensación común que todos presagiábamos, pero que no nos animábamos a decir, por miedo a que nos gane la mala suerte. Porque todos sabemos que cuando se desea mucho pero mucho una cosa, después no se te cumple.

Desde que esta selección gano la Copa América del 2021, pareciera haber exorcizado aquellos fantasmas del fracaso, que nos decían que estos millonarios, tenían el pecho demasiado frio, que no sentían la camiseta o que carecían de personalidad para jugar finales, que los brasileños, alemanes y chilenos contra quienes sucumbíamos, eran muy superiores a nosotros.

Sin embargo, desde aquella noche maravillosa de sábado en el estadio Maracaná, toda la confianza, la estirpe futbolera y nuestra destreza criolla para jugar al balompié, parecían haber renacido, porque en definitiva (recién lo supimos el domingo) no éramos tan malos, por eso es que las coincidencias que tanto nos preocupamos en buscar y que habrían enfurecido a la propia Tan Ferro, finalmente dieron sus frutos.

Porque si en aquel debut ante Arabia Saudita en el que tuvimos que madrugar para ver a los árabes ganarnos y que nos llenaron de dudas ante el inminente regreso de nuestro escepticismo típico, cuando el propio entrenador rival, Hervé Renard, nos dijo, tranquilos, que van a salir campeones del mundo. ¿Alguno se acordó de aquellas palabras? Estoy seguro que no, porque ya lo sabíamos, solo que no queríamos decirlo por el miedo a que la mala suerte nos juegue su habitual pasada.

Tras convertir el penal, Gonzalo Montiel, fue trotando cansinamente, se saco la camiseta y se tapo el rostro, para que nadie viese esas lagrimas que un poco eran las de todos, esas lagrimas que son las mas lindas de todas, las de la emoción, las de la alegría, la de la felicidad que no caben en el cuerpo y se transforma en llanto.

Messi y compañía se abrazaron en la mitad de la cancha, como si hubiese ganado un partido de solteros contra casados, ese que tontamente jugamos a fin de año los que amamos este deporte, pero que en definitiva carecemos de calidad y profesionalismo.

Scaloni se abrazó con sus colaboradores como durante todo el mundial, como si hubiera ganado el pollo de la rifa solidaria de un centro vecinal que busca cambiar la mampostería.

Mientras que nosotros, los sub 36, lo que nunca habíamos visto a la selección lograr el máximo, gritábamos campeones del mundo como si no hubiese mañana. Los que salimos a la calle a abrazarnos con conocidos y vecinos, porque nos hermanaba el sentimiento por la selección, los que salieron a la calle y llegaron hasta la plaza 25 de mayo en nuestra ciudad para celebrar con todos esta alegría que nunca olvidaremos.

Los que nos quedamos en casa a ver la premiación, a ver a Messi levantar su tan ansiada copa del mundo, la que finalmente lo ubica en el olimpo de los mejores, que hizo tragarse las palabras a los que lo descalificaron y trataron de fracasado durante los años en que la suerte en la selección le resultaba esquiva, mientras en el Barcelona ganaba todo. Porque recién se tuvo que romper el encanto con los catalanes para que la pulga finalmente comenzara a ganar todo lo que juega con Argentina.

Porque a lo mejor siempre lo supimos, que mas tarde que temprano, Lionel Andrés Messi Cuccittini, iba a alzarse con FIFA World Cup, pero el destino dijo que tenia que ser en la lejana Qatar, en la tierra de los Reyes Magos, esos que vienen el 6 de enero a dejarnos regalos. Este Rey no va en Camello, pero antes de navidad, nos dejo el regalo mas deseado a todos. 

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