Sin lugar a dudas, los cambios en las medidas sanitarias (aperturas de algunas restricciones), el anuncio de la ministra de salud, la baja de casos y el extraño panorama sobre el retraso de la tercera ola, nos demuestra que nuestro país avanza en algo que, siendo sincero, a muy pocos nos gusta escuchar, leer o ver, y es la idea de que “AHORA DEPENDE DE NOSOTROS”. El mensaje fue claro, el sistema de salud está en su nivel más bajo de ocupación desde agosto del 2020 y eso nos lleva a tener que volver hacia algunas normalidades teniendo como principal herramienta a nuestra propia (in)conducta.
Llevamos más de un año y medio en este contexto, con momentos tremendos desde lo sanitario y otros (como los actuales) donde vemos que los casos bajan, las medidas para retrasar la tercera ola funcionan y los planes de vacunación en la mayoría de las provincias superaron el 50 % con dos dosis. Esto nos indica que… ¿la pandemia terminó? La respuesta es decepcionante, pero contundente, y es que NO, aún no terminó.
Sin embargo, estamos regresando (en algunos casos demasiado rápido) a las normalidades previas a la pandemia, pero no es el calmo regreso a un pasado conocido, sino que es una vuelta cargada de inseguridades en la cual nos hacemos muchas preguntas: ¿uso doble barbijo?, ¿si estornudan en la puerta, me voy a mi casa?, ¿están los edificios públicos en condiciones de recibirme?, ¿cada cuánto me lavo las manos?. Que dependa de nosotros, que sea nuestra responsabilidad individual la que juegue de agente sanitario, en cierto punto, es a lo que le tememos. Si bien hay respuestas para todas estos interrogantes, y todas son basadas en experiencias y comprobaciones científicas y sanitarias (ventilación cruzada, higiene de manos, barbijo en espacios reducidos o cerrados) es comprensible que siempre existan grises en nuestras seguridades.
Asimismo, es prácticamente una conducta cultural (en la que me incluyo) la de buscar a un(a) culpable ante un contexto semejante. Pasamos de ver marchas “por la libertad” a cuestionar las aperturas de las medidas, de “abrazar escuelas” a dudar sobre la distancia entre cada pupitre, no es inverosímil pensar que nada nos conforma, que hay una cuota de temor, pero sobre todo, que los errores, después de un año y medio de pandemia, son un poco por la propia imprudencia.
Lo que es incuestionable, es que la pandemia y sus repercusiones son absolutamente cambiantes: lo que hoy nos da certidumbre puede variar y viceversa.
No vamos a hacer un análisis profundo de la conducta social (porque escapa al alcance de esta columna), pero si hacemos un repaso por lo que observamos cotidianamente en nuestro ir y venir, ¿qué vemos? Barbijos mal puestos, lugares sin cuidados sanitarios, aforos y distancias que no se respetan, todas conductas que propagan los posibles contagios, todas basadas en la acción propia, en la responsabilidad individual, y que ahora tienen un peso mucho más visible.
Varias provincias no resignarán circular con barbijo, aun estando solo o sola en la vía pública. Lo que es curioso es que las mayorías políticas de esos lugares (no todos) marcharon pidiendo menores restricciones. Entonces, ¿cómo puede asustarnos algo que queríamos? Parece complejo, pero no lo es, es más simple. Nos asusta porque estamos cansados, somos humanos/as y nadie está exento.
¿Que quedará de todo esto? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que siempre será “el punto de inflexión” que necesitábamos para entender el propio poder de ser empáticos o no, solidarios o no, coherentes o no. Soy de los que creen que no vamos a salir mejores de esto, pero en cierto punto, cuando nos acordemos de llevar un tapabocas seremos menos peligrosos, incluso para nosotros mismos.