Que estaba guionado, que no estaba guionado. Que fue orquestado por la producción, que no fue arreglado. Que fue pensado para aumentar el rating, que nadie -absolutamente nadie de la producción- sabía lo que iba a suceder. Que la culpa fue del humorista Chris Rock por hacer un chiste sobre la alopecia de la actriz Jada Pinkett Smith -un claro caso de violencia estética y mediática-. Que la culpa fue de Will Smith por responder como un macho alfa y asentarle una piña al standupero por el desafortunadísimo chiste que hizo sobre Jada. Que no es la primera vez que Chris Rock se ensaña con Jada Pinkett Smith, que no es la primera vez que Will Smith golpea a alguien mientras las cámaras lo apuntaban. Que violencia justificada sí, que violencia justificada no. Que después del enfrentamiento Jada quedó en un segundo plano, que los focos apuntaron a Chris Rock -si iba a hacer o no una denuncia formal- y a Will Smith -que si la Academia iba a retirarle la membresía o el Oscar que había ganado esa misma noche, o ambas cosas o ninguna de ellas-. Que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas pronto publicó un comunicado aclarando que la institución, encargada de organizar la entrega de los Oscars, dijo que “no aprueba ningún tipo de violencia”. Sí, la misma Academia de Hollywood que no dudó en premiar a Roman Polanski, Casey Affleck, Harvey Weinstein, entre otros acusados de abuso sexual -de verdad la lista da calambres de lo larga que es-. Que Will Smith estuvo bien, que Chris Rock estuvo mal. Que Chris Rock estuvo mal, pero Will Smith también. En fin: Hollywood, la meca de las contradicciones morales en su máxima expresión.
En menos de lo que canta un gallo, casi todos teníamos una opinión formada sobre lo ocurrido durante la 94ª edición de los premios Oscars: a menos de 20 minutos de pegarle una piña al cómico frente a 16 millones de televidentes, Will Smith recibió la estatuilla dorada como Mejor Actor Protagónico por “King Richard: una familia ganadora” (Reinaldo Marcus Green, 2021). La película es una biopic sobre Richard Williams -el padre de las tenistas Serena y Venus Williams-: un hombre duro y estricto que Smith intentó dulcificar en su interpretación. Al recibir el galardón, el actor improvisó en su discurso unas justificaciones pobres que romantizaron los motivos de por qué había reaccionado así de violento minutos antes: que “el arte imita a la vida”, que -como su personaje- él estaba ahí para “defender a su familia”, que “uno hace locuras por amor”. Y esto es lo irónico: que esta ceremonia -aburrida por momentos, predecible hasta el final- será recordada por un hecho de violencia explícita y no porque sucedieron otros momentos que sí marcaron un antes y un después en la narrativa hollywoodiense. Esta edición no será recordada por el emotivo discurso de Troy Kotsur, primer actor sordo que gana un Oscar por “CODA, señales del corazón” (Sian Heder, 2021). Ni tampoco será recordada porque Ariana DeBose se convirtió en la primera actriz afrolatina abiertamente queer en ganar un Oscar por “West Side Story. Amor sin barreras” (Steven Spielberg, 2021). Ni mucho menos será recordada la presencia de estrellas del cine de la talla de Anthony Hopkins, Al Pacino, Judi Dench, Samuel L. Jackson o Liv Ullmann presentes en el Dolby Theatre de Los Ángeles.
No. Nada de esto último sucederá.
Quedará como una gran ironía de las estadísticas de la entrega de los premios Oscars que “El Poder del Perro” (Netflix, 2021), la película con más cantidad de nominaciones -11 en total-, haya terminado la noche con tan solo una victoria: el premio a la Mejor Dirección se entregó por tercera vez a una mujer, la directora neozelandesa Jane Campion. Justamente el tema principal de “El Poder del Perro” gira en torno a la masculinidad tóxica, un tópico que a Hollywood le gusta premiar en la vida real, pero no cuando se retrata con el sumo cuidado estético con el que lo hizo Campion en lo que fue la mejor película del 2021.
Siempre viene a mi cabeza el discurso de Meryl Streep al recibir el premio Cecil B. DeMille por su trayectoria en los Golden Globes después de ver cómo el entonces Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, imitó de una forma desagradable al periodista Serge Kovaleski, quien sufre de una condición congénita en las articulaciones. Las palabras de Streep fueron contundentes: “La falta de respeto invita a la falta de respeto, la violencia incita a la violencia. Y cuando los poderosos usan su posición para intimidar a otros, todos perdemos”. Esa noche, después de un acto violento que llegó a millones de personas alrededor del mundo, siento que realmente nadie ganó. Todos perdimos, una vez más, ante el discurso dominante de la “mejor masculinidad tóxica” jamás televisada.