Columnista invitado: Lic. Maximiliano Buteler
Vivimos en un mundo cada vez más inseguro, incierto y extremadamente volátil. Desde febrero de 2022, cuando la Federación Rusa decidió invadir Ucrania, se ha legitimado el uso de la amenaza y la fuerza como herramientas para resolver disputas políticas, incrementando la inseguridad global. Al mismo tiempo, los ataques contra las instituciones multilaterales por parte de sus propios arquitectos han profundizado la incertidumbre, afectando las proyecciones de escenarios futuros y exacerbando la volatilidad en las decisiones y en los cambios políticos y económicos en distintas regiones del mundo.
La humanidad coexiste hoy con múltiples realidades simultáneas: crecimiento económico y demográfico, innovaciones científicas y tecnológicas disruptivas, mayor interdependencia y conectividad entre las personas, pero también el resurgir de nacionalismos y proteccionismos que obstaculizan la integración global. A esto se suman las reivindicaciones territoriales con potencial de conflicto, el fortalecimiento de fuerzas transnacionales violentas (como el terrorismo y el crimen organizado) y los intentos de redibujar los mapas políticos en distintas regiones.
Ejemplos de estas tensiones abundan en el panorama internacional: en América del Sur, Venezuela sueña con anexar la Guayana Esequiba; en Asia, persisten los conflictos fronterizos entre India y Pakistán, las tensiones entre China y Taiwán, y la inacabada guerra entre las dos Coreas. En Oriente Medio, la reciente capitulación del régimen de Bashar al-Assad ha dejado a Siria fragmentada y ocupada por potencias regionales como Israel y Turquía. Mientras tanto, la guerra en Palestina de momento en pausa tiene grandes implicaciones para la Franja de Gaza, el Líbano e incluso el propio Estado de Israel. En Estados Unidos, resurgen amenazas hacia la soberanía de otras naciones, reconfigurando el equilibrio global.
Paralelamente, estamos inmersos en una revolución tecnológica que podría transformar radicalmente el mundo tal como lo conocemos: la vida cotidiana, el trabajo y la política. La denominada «cuarta revolución industrial» podría ensanchar las brechas entre economías desarrolladas y en desarrollo, así como profundizar desigualdades dentro de los propios países. Sin embargo, también posee el potencial de generar riqueza y mejorar la calidad de vida a nivel global, reduciendo costos de transacción, eliminando barreras comerciales y acelerando la digitalización, lo que puede traducirse en mayor eficiencia y nuevas oportunidades económicas.
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos añade una capa adicional de incertidumbre a este escenario global. Su primera administración estuvo marcada por una política exterior basada en el unilateralismo, la presión económica y el cuestionamiento del orden multilateral, con decisiones como la retirada del Acuerdo de París, la guerra comercial con China y el debilitamiento de alianzas tradicionales como la OTAN. En este nuevo mandato, es probable que Estados Unidos adopte una postura aún más aislacionista y proteccionista, lo que podría redefinir sus relaciones con Europa, China y América Latina. Además, su retórica impredecible y su enfoque transaccional de la diplomacia podrían reconfigurar la estrategia de seguridad global, particularmente en relación con la guerra en Ucrania, la rivalidad con China y la estabilidad en Oriente Medio.
En este escenario de volatilidad creciente, los actores globales enfrentan una encrucijada: persistir en estrategias de confrontación o buscar mecanismos de cooperación que permitan mitigar los riesgos derivados de la incertidumbre. La erosión del multilateralismo y el auge de políticas proteccionistas han debilitado la capacidad de las instituciones internacionales para gestionar conflictos y generar consensos, lo que deja un vacío de liderazgo en la gobernanza global.
Por un lado, el regreso de Trump a la presidencia de Estados Unidos amenaza con acelerar este proceso de fragmentación internacional, con Washington priorizando una agenda basada en intereses nacionales en detrimento de alianzas estratégicas y acuerdos multilaterales.
Por otro lado, la revolución tecnológica abre una ventana de oportunidad para aquellos países capaces de adaptarse a las nuevas dinámicas del siglo XXI. La inteligencia artificial, la automatización y la digitalización de la economía podrían reducir brechas estructurales o, por el contrario, profundizarlas si no se establecen políticas adecuadas para garantizar una transición equitativa.
El mundo enfrenta desafíos monumentales que redefinirán el orden global en los próximos años. La pregunta es si las grandes potencias y los organismos internacionales serán capaces de construir un marco de cooperación eficaz o si la incertidumbre y la confrontación seguirán dominando la escena global.