Opinión: «Una Rioja sin subtítulos» por Martin Alanís

El problema de la escasez de funciones subtituladas tiene orígenes más profundos que el solo hecho de pensar simplemente que a la gente no le guste leer.  Desde la concentración fragmentada y la concentración dispersa a la barrera de los subtítulos, es necesario volver a tener esta discusión para ver dónde estamos parados hoy. 

Sucedió hace dos años: en enero del 2023, yo asistí, con cierto desaliento, a la única función disponible en el cine de Babylon de Damien Chazelle, en la capital de La Rioja. De las tres salas que hay en la provincia, solo una proyectaba la película que estaba esperando hacía meses: Cinemacenter ofrecía, en su local de la calle Pelagio B. Luna, una función doblada al español a las siete de la tarde. Era, para variar, un verano caluroso: con 33° de temperatura, me parecía que no había mejor opción que encerrarme durante tres horas y diez minutos en una sala de cine con aire acondicionado. Era eso o viajar dos horas aproximadamente hacia la provincia vecina de Catamarca y cumplir así ese deseo que tenía de ver una película que había estado esperando durante semanas, pero en su idioma original, aunque esto significara que el costo sea un poco más alto; son encrucijadas que uno se plantea con tal de ver una película subtitulada en el cine, rebuscadas tal vez, pero que representan una posible solución. Al salir de la función de Babylon, le pregunté al acomodador por qué no había funciones subtituladas. Su respuesta fue un tanto reduccionista pero no dejó de sorprenderme esa honestidad brutal con la que enunció, con cierta ligereza, lo siguiente:

—La gente no lee. A la gente no le gusta leer. 

La ecuación es simple y nada novedosa: de un tiempo a esta parte, la mayoría de los cines se sostienen más por la venta de pochoclos y gaseosas que por la venta de entradas (de hecho se pueden encontrar promociones accesibles, 2×1 en entradas con billeteras virtuales, 2×1 en funciones antes de las 19hs, etc). Entonces, la ecuación —de nuevo, simple— es la siguiente: si a la gente no le gusta leer subtítulos y ver una película en su idioma original, entonces van a preferir una película doblada. A mayor cantidad de funciones dobladas al español, mayor la ganancia de los cines en términos de tickets cortados y mayor es la venta del candy bar. 

Concentración fragmentada 

De un tiempo a esta parte, el tipo de consumo fragmentado parece haber calado hondo en Argentina: en nuestro país, la edad promedio en la que los niños reciben su primer celular es de 9 años. Este dato proviene de una encuesta realizada en 2020 por Google y UNICEF, que revela que muchos niños comienzan a pedir un teléfono a partir de los 7 años. Es decir que, desde edades más tempranas, los niños pueden acceder a dispositivos tecnológicos —los famosos “chupetes electrónicos”— y la cultura del videoclip, la cultura fast en boca de Beatriz Sarlo, es ahora la cultura del reel o el TikTok: lograr que alguien le preste atención a un producto cultural por más de 30 segundos parecería un milagro. Basta con deslizar el dedo sobre la pantalla con anestesiada indiferencia para pasar de un video a otro, videos que rondan entre 15 a 30 segundos: si en ese acortado tiempo no se logró captar la atención, entonces habrá otro video que intentará lo mismo. Este tipo de concentración dispersa hace que los usuarios vean, por ejemplo, fragmentos de películas enteras en TikTok y otros dispositivos: lo que antes se pensaba para una pantalla grande, en silencio y sin ningún tipo de distracción, hoy se puede ver fácilmente en un smartphone con vaya uno a saber cuántas aplicaciones abiertas en segundo plano. 

La barrera de los subtítulos 

Recuerdo cuando el director surcoreano Bong Joon Ho dijo, luego de hacerse con el Globo de Oro por esa maravilla de película que es Parasite: «Una vez que superas la barrera de subtítulos de una pulgada de altura se te presentarán muchas más películas increíbles».

En La Rioja, desde el 31 de octubre del 2024 hasta el miércoles 1° de enero del 2025 se proyectaron 18 películas en 75 funciones, de las cuales solo 3 películas contaron con algunas funciones subtituladas: el drama Gladiator 2, el musical Wicked y el documental RM: Right People Wrong Place, sobre la vida de RM, el líder del grupo K-Pop BTS. No pasaron por la provincia la última película de Pedro Almodóvar, La habitación de al lado, ni tampoco The Substance, la body horror del año, entre otras películas que, independientemente si lograron o no arrasar en la temporada de premios, merecían ser vistas por los amantes del cine que, tuvieron que ver resignadamente cómo Moana 2 llegó a tener 8 funciones diarias. Las funciones subtituladas generalmente perduran únicamente durante la semana de estreno, luego desaparecen totalmente del mapa. Las dobladas —blockbusters de acción y animadas— llegan a perdurar hasta 5 o 6 semanas en cartelera. 

Caminos alternativos

El doblaje en sí es un arte y pedir que no haya funciones dobladas me parece un disparate no solo en términos comerciales, sino también en términos culturales; cortar de cuajo un derecho de accesibilidad en los tiempos que corren me parece hasta macabro: la gente necesita ir al cine y disfrutar de las películas que les plazca y cómo les plazca. El hecho de que se elija ver funciones subtituladas hace que, por suerte, las salas de cine no caigan en estado de agonía. Ante la llegada de cada vez más plataformas de streaming que inauguró Netflix, a lo mejor quienes prefieren ver una película en su idioma original, esperan unos meses a que Max, Disney+ o PrimeVideo adquieran sus derechos de distribución para poder verlas en la comodidad de sus casas. (O siempre tendremos Cuevana). 

Una última pregunta

“We come to this place… for magic” dice Nicole Kidman en el comercial del AMC Theatres. Y es verdad: vamos al cine por la magia. Por la experiencia. Y contar con mayores posibilidades expande esa inexplicable e irremplazable magia que solo la pantalla grande puede darnos: nos abre mundos inimaginables, hasta ahora, ningún celular ni televisor no lograron. 

Lo que me lleva a otro discurso. Fue cuando Meryl Streep ganó el Globo de Oro a Mejor Actriz de Comedia/Musical por su icónica interpretación de Miranda Pristley en The Devil Wears Prada: «La razón por la que pudieron ver El diablo viste a la moda es porque estaba en todas las pantallas de cine en todo Estados Unidos (…), si ustedes no pueden ver Little Children, El laberinto del fauno, The Queen o todas estas grandes películas que he visto: Volver, Notes on a scandal, Sherrybaby entonces tienen que ir a hablar con los dueños de los cines y pregúntales: ¿por qué? Es increíble cuánto puedes conseguir si, en voz baja, con autoridad y claridad, lo demandas. That’s all.» 

Termino de escribir esto mientras reniego, una vez más, que ni hasta los superhéroes de Marvel se salvan: en su día de estreno, Capitán América: Un nuevo mundo cuenta con dos funciones subtituladas: una el día jueves, otra el domingo: parece que los días viernes y sábados están reservados para las funciones dobladas, que cuentan con 7 funciones en su lugar. Entonces esto es lo que le preguntaría, una vez más, a los dueños de los cines locales: ¿por qué? 

¿Por qué?

¿Por qué? 

That’s all. 





Nota de opinión de : Martín Alanís es escritor. Estudió Comunicación Social en la UNLaR, Periodismo Narrativo en la Fundación TEM y Culturas y Narrativas para la Infancia y la Juventud en FLACSO. Publicó las novelas «Las Dueñas del Drama» y «La Procesión de las Contradicciones».

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