Observando los resultados finales, divulgados por el Tribunal Superior Eleitoral de Brasil, se ve claramente un país partido en posturas antagónicas. Luis Ignacio Lula Da Silva es nuevamente electo presidente de los brasileros, pero Jair Messias Bolsonaro se consolidó como el gran opositor al proyecto “lulista”.
Los resultados arrojan que 60.345.999 de votantes se inclinaron por el candidato del Partido dos Trabalhadores, alcanzando el 50,9% del total de votos. Los suficientes para consolidar victorioso al PT y su candidato, Lula. Por otro lado, 58.206.354 votaron por el candidato del Partido Liberal (PL). Bolsonaro perdió la segunda vuelta por 2.139.645 votos. Una diferencia mínima teniendo en cuenta que eran 156 millones los habilitados a votar.
La diferencia que había entre Bolsonaro y Lula luego de la primera ronda, era de 6.187.171, y había en juego 8.514.705 votos. Es decir, entre la primera vuelta y el ballotage, Bolsonaro tuvo un mejor desempeño, teniendo en cuenta que logró acortar la brecha ganando más votos de los que obtuvo Lula en esta cortísima carrera de semanas. Aún así, no le alcanzó y Lula gobernará el Brasil por tercera vez.
Esta elección de Brasil refuerza la tendencia de que los oficialismos no ganan elecciones en la región. Jair Bolsonaro se ha convertido en el primer presidente brasilero que, en los últimos 34 años, no logra la reelección. Desde el año 2018 a la fecha, se realizaron 19 elecciones en América Latina, solamente en Paraguay el oficialismo de Mario Abdo Benítez pudo consolidarse.
Bolsonaro, y su estilo trumpista, no logró cultivar el atractivo de la mayoría necesaria para ser reelecto. La pandemia ha sido una clave para su derrota, contando con más de 700 mil muertes, y con poco más de 30 millones de brasileros en situación de inseguridad alimentaria, los electores le pasaron una factura por el manejo. No tanto por no haber podido evitar muertes, ya que eso no lo pudo hacer ningún gobierno, sino más bien, por su discurso negacionista en el primer curso de esta crisis global.
Otra cuestión de debilidad para el todavía actual presidente ha sido la cuestión del Amazonas y el cambio climático. Nuevamente aquí, se mostró discursivamente negador de los impactos ambientales derivados de la industria humana. Aunque en algo sí que tenía razón, Estados Unidos y Europa (ahora también China y el sudeste de Asia), son los que han llevado al mundo a este abismo climático, y sus niveles de emisión de CO2 están muy por encima de los niveles de nuestra región. Aquí no hay dudas.
Pero volviendo al tema Amazonas, entre 2019 y lo que va del 2022, Brasil perdió área forestal equivalente a la superficie de Bélgica. La tasa de deforestación del Amazonas llegó a su peor momento en 15 años, llegando a ser duramente criticado por la comunidad internacional. Aquí los datos lo ayudan a Lula, ya que entre 2004 y 2012 la tasa de deforestación cayó en un 80%. Lula centró parte de su discurso electoral en esta cuestión, y tenía fundamentos para hacerlo.
Desde el plano sociopolítico, Lula también demostró la flexibilidad de su pragmatismo. Logró ganarse la adhesión de históricos rivales políticos, como es el caso de Geraldo Alckmin (ex gobernador de São Paulo, y rival presidencial de Lula en 2006), un político de centroderecha, vicepresidente electo. Asimismo, también recibió el apoyo personal del expresidente Fernando Henrique Cardoso, quien también cuenta en su currículum haber sido el ministro de Hacienda en los años en que Brasil implementó el Plan Real (1993-1994).
Entonces, ¿ganó la izquierda en Brasil? No lo creo. Ganó una amplia coalición que percibe en Bolsonaro una persona que perjudica al país, y peligroso desde el punto de vista institucional. En Brasil ganó Lula, pero considero que también ganó Bolsonaro. Es la primera vez desde el año 2003, en que comenzó el proyecto del PT, que un líder opositor pudo construir mayorías para ganar una elección, y retener mayorías en el Poder Legislativo. Asimismo, el Estado más rico del Brasil, São Paulo, quedó en manos bolsonaristas.
Lo que podemos esperar es un verdadero desafío para la gobernabilidad de Brasil, que realiza un recambio presidencial en un contexto macroeconómico que tiende hacia una cierta estabilidad, que viene creciendo desde que tocó el suelo en el segundo trimestre del año 2020, y con indicadores inflacionarios relativamente buenos. Pero que, desde el plano político y social se encuentra partido en dos.