Hace dos semanas comenzó la invasión rusa en Ucrania, desencadenando un nuevo contexto de guerra en el sistema mundial, contando con la participación indirecta pero activa de la Unión Europea, Reino Unido y Estados Unidos, y la ruptura de algunos status quo.
Por primera vez en 77 años, Alemania decide aumentar su gasto en defensa (aproximadamente en unos 100.000 millones de euros, que equivale al 2% del PIB) y enviar armamentos y ayuda logística a Ucrania. Por primera vez en su historia, Suiza y Suecia rompieron su neutralidad estratégica.
Se observa una ruptura de vínculos y relaciones sin precedentes. La Federación Rusa – y todo lo que representa – está siendo apercibida con innumerables sanciones y en todas las dimensiones: económicas, políticas y culturales/sociales. La cortina de hierro parece levantarse rápidamente, solo hizo falta quitarle el polvo.
La invasión de Rusia a Ucrania ha obligado volver a las fuentes de las Relaciones Internacionales con el objetivo de encontrar explicaciones relativamente racionales que ayuden a entender por qué Rusia decidió emprender una campaña bélica.
Hay dos líneas argumentales en disputa: por un lado, aquella que considera a Rusia como un Estado agresor, violador del Derecho Internacional; por otro lado, aquella que considera a la actitud rusa como una reacción ante el expansionismo de la OTAN.
Las teorías de las Relacionales sostienen que, el Sistema internacional en su dimensión política es una sociedad de Estados soberanos regidos en un orden anárquico, entendido como ausencia de gobierno mundial más no como predominio del caos. En otras palabras, el sistema en su dimensión política sigue siendo Westfaliano.
Los Estados siguen siendo los actores máximos para establecer instituciones y organismos que configuran regímenes capaces de garantizar alguna previsibilidad en el comportamiento de los actores. Que sea un orden anárquico no quiere decir que cualquiera puede hacer lo que quiera.
Pero ya todos sabemos, únicamente los grandes son capaces de ejercer influencias sistémicas relativamente considerables. Estados Unidos, China y, en menor medida Rusia, India, y Alemania, quizás. La inmensa mayoría, para poder posicionar sus intereses han elegido la vía de la integración y asociación regional.
Tras la Segunda Guerra Mundial, dos super Estados disputaron la hegemonía mundial. Esa disputa fue total: económica, social y cultural, política y militar. De esta manera, se conformaron alianzas para explotar sus intereses y competir con el otro de manera tal que el propio éxito implicaba el fracaso ajeno.
En 1991 esa Guerra Fría terminó con la disolución de uno de los super Estados, la Unión Soviética. De esa disolución, surgieron diferentes Estados Nación, entre ellos, la Federación Rusa como la sucesora natural de la URSS.
Con el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos – vencedor – prometió a los rusos que la OTAN no se expandiría hacia el este. Esta promesa se cumplió durante (casi) toda la década de 1990.
En 1999 comenzaron las diferentes olas de ampliación – con pedido explícito de los propios Estados, ejerciendo soberanía. En la primera ola de expansión, se adhirieron: Polonia y República Checa (1999). En la segunda ola: Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania (2004), Croacia, Albania (2009). Hubo una tercera ola: Montenegro (2017) y Macedonia del Norte (2020).
Ucrania siempre ha sido marcada como línea roja. Y desde el comienzo de la década del 2000 ha venido presentando escenarios de inestabilidad y tensiones políticas entre diferentes grupos. Siendo simplistas, entre pro-europeos/unionistas y pro-rusos. En el año 2008 hay un cambio de rumbo y la comunidad política al mando de Ucrania solicita ser aceptada en la OTAN. Primera señal de alarma para los rusos.
La aplicación de la OTAN es algo que desde Rusia se viene denunciando siempre. Es que hay mucha evidencia de que los Estados Unidos nunca han tendido a considerar los recelos y desconfianza de Rusia, y poco se ha trabajado para que aumente la cooperación. Más bien siempre ha primado la lógica de la competencia, esto se ha visto en el manejo de la pandemia con total crudeza.
Lo que nos tiene que dejar esta situación como punto inicial para el análisis es lo siguiente: la realpolitik o política de alto nivel, cuando no puede resolver sus intereses por excelencia sensibles, como los de Seguridad Nacional, siempre recurrirá a la amenaza o al uso de la fuerza, y esto lo está demostrando a las claras la Federación Rusa.